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Nicky la aprendiz de bruja

La pequeña brujilla que aprendió lo que es ser mayor

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Las personas parece que estemos divididas en dos variantes. Los adultos, seres con el semblante mustio que parece que tengan un destino prefijado y aceptado. Y los más niños, seres sonrientes que aún tienen una vida por delante y no se han enfrentado aún al largo camino al que llamamos vida adulta. Pero en medio de estos dos seres existe un tercero, unos seres que se encuentran entre el mundo de los niños y de los adultos, y estos son los preadolescentes. Y será una preadolescente la protagonista de este filme.

En 1989 el deslumbrante director de animación Hayao Miyazaki (“El viaje de Chihiro”, “El castillo ambulante”) nos traía una vez más de la mano de Studio Ghibli otra joya a base de fotogramas pintados a mano, un año después de estrenar la memorable cinta “Mi vecino Totoro”.

En esta nueva película, Miyazaki nos presentaría a una pequeña brujilla llamada Nicky, la cual va a cumplir trece años y como todas las brujas de trece años tiene que coger el camino de la independencia. Nuestra brujilla voladora se asentaría en una ciudad rodeada por el mar, basada en algunos de los mejores paisajes europeos. Allí Nicky aprenderá a ganarse el pan del día a día en una pequeña panadería.

Que mejor forma de representar la madurez, la responsabilidad y el esfuerzo que a través de una pequeña hechicera con un vibrante lazo rojo atado a su cabeza y un pequeño gatillo llamado Jiji que la acompaña en sus aventuras. Es lo bonito de esta clase de películas que a primera vista pueden parecer pecar de simples, tienen un tinte de sinceridad que hace que nos veamos absorbidos por el encanto y personalidad que desprende su protagonista.

Pero no todo son caminos de rosas en el viaje de la pequeña hechicera, ya que tendrá que aprender por qué a mitad de trama se ve privada de sus poderes. Cosa que va en estricta relación con la forma en la que nos hacemos mayores y es que al igual que la pequeña Nicky todo está en constante cambio e incluso las cosas que nos parecen más inamovibles a cierta etapa de nuestra vida se tambalean. Son pequeñas crisis en nuestra vida que nos hacen sentir inútiles y hacen que nos replanteemos el sentido de nuestro trabajo, ya que si no somos útiles ¿Qué es lo que somos?

También nos encontraremos crisis amorosas, ya que un pequeño niño que en principio puede parecerle un estorbo a nuestra brujilla se puede acabar convirtiendo en un buen amigo o incluso en algo más. Pero retomando lo que nos concierne, Nicky aprenderá en su viaje lo que es hacerse mayor a través de dos claves. El trabajo y sus amigos, ya que en un principio la pequeña bruja se verá tan inmersa en su trabajo que se verá privada de habilidades sociales.

Sin duda es una película que tiene un frescor especial, entre la maravillosa banda sonora de Joe Hisaishi y el excelente apartado artístico con esas vistas tan occidentales son una combinación que adula a los sentidos.

Pero si hay algo que no se me escapa de la cabeza a lo largo de la película es la mirada de Nicky, unos ojos con tanta vida e inocencia que pasaran por pequeñas fases de la vida y aunque se apaguen ligeramente en algunos momentos, siempre vuelven a brillar.

Los trece años son una edad muy especial, es esa época que cambia tu forma de ver las cosas, de ver el mundo en sí. Caes de alguna forma en el realismo y tu ser también cambia contigo. Pero cada vez que veo este tipo de películas algo extraño ocurre en mí, es como si una parte de mi inocencia volviera a conectar conmigo a través de la mirada de la pequeña bruja. Por ello no se puede dejar pasar la oportunidad de ver estas películas y hay que verlas por lo menos dos veces. Una como niño y otra como adulto. Ya que como niños nos encandilaremos por los colores, la comedia y los animalillos de la película. Pero como adultos recordaremos nuestros trece años, y quien sabe si más de uno se emociona, porque, aunque no todos lo hagan, solo se madura una vez y cuando se hace las cosas no vuelven a ser lo mismo, al igual que el esplendor en la hierba, solo se es niño una vez, pero ello no debe entristecernos. Debemos de ser fuertes, armarnos de valor, trabajar duro y ser felices en nuestra madurez, y solo de vez en cuando mientras vemos películas, acordarnos de ese niño o esa brujilla, que un día aprendía lo que es ser mayor.

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